La visión tántrika según André Van Lysebeth

Estas son algunas páginas del libro Tantra, el culto de lo femenino. Que sirvan como una primera aproximación a la visión matriarcal de la India antigua, el tantrismo. Es un libro que recomendamos, escrito en un lenguaje coloquial, casi como una charla descontraída. Sin embargo, declara el autor, fue el libro que le tomó toda una vida escribir.

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La visión tántrica

Definir el tantra

Los pensadores indios tienen la excelente costumbre de comenzar por definir las palabras que

utilizan. Hacer esto con la palabra tantra es tan indispensable como difícil, vista la variedad de

sentidos posibles, cada uno de los cuales aporta una precisión. Según el contexto, tantra significa

lanzadera, trama (del tejido), continuidad, sucesión, descendencia o también proceso continuo,

desarrollo de una ceremonia, sistema, teoría, doctrina, obra científica, sección de una obra. Por

último, tantra designa una doctrina mística y mágica o una obra que se inspire en ella.

Para S. N. Desgupta, tan proviene de tantri, explicar, exponer, y tantra designa también entonces

un tratado que abarca un tema determinado; por eso con frecuencia tantra figura en el título de un

libro que no tiene relación con el tantrismo, o viceversa.

Para la masa india actual, tantra significa toda doctrina no védica, lo que demuestra la antinomia,

incluso el antagonismo fundamental entre el sistema ariano-védico-brahmánico y el tantra.

En este libro, tantra designará un cuerpo de doctrinas, pero sobre todo de prácticas

multimilenarias; algunos refutan este último término diciendo que la palabra no apareció hasta el

siglo VI, lo cual no es falso. Sin embargo, hacer coincidir el origen del tan-trismo con la aparición

del nombre es más bien engañoso: la palabra «sexo» (del latín sexus, raíz sectus = separación,

distinción) no apareció hasta el siglo XII, pero todo hace pensar que la »cosa» existía antes…

Tantra significa también «oficio de tejer, tejido», y esto parece no tener relación alguna con una

doctrina. Pero el tantra percibe el universo como un tejido donde todo se imbrica, todo se sostiene,

todo actúa sobre todo.

Uniendo el radical tan (estirar, extender) y el sufijo tra (que indica la instrumentalidad), tenernos

tantra, literalmente, instrumento de expansión del campo de la conciencia ordinaria, a fin de

acceder a lo supraconsciente, raíz del ser y receptáculo de poderes desconocidos que el tantra quiere

despertar y utilizar.

Todo lo que está aquí, esta en otra parte; lo que no está aquí no está en ninguna parte

Aunque no lo parezca, las palabras del título, extraídas del Vishvasāra Tantra, encierran la

esencia del tantra. Sin advertirlo, sus implicaciones vertiginosas disuelven las fronteras del mundo

sensorial tranquilizador y nos conducen al corazón mismo de lo Real más real.

Comencemos por lo más fácil, la materia, cuya homogeneidad proclama esta frase, entendiendo

«materia» en el sentido moderno de energía condensada. Para el tantra, todas las formas de energía

del universo, cualesquiera que sean —gravedad, cohesión nuclear, electromagnetismo—, están

presentes en todas partes del cosmos, por tanto aquí mismo donde estoy sentado. Los humanos que

pertenecemos a la era post-einsteiniana, aceptamos esto sin dificultad, aunque en general esta

identidad entre materia y energía pensamos que sólo se refiere a la física nuclear.

No advertimos tampoco que en el paso se ha «perdido» la materia compacta, reducida a energía

cósmica pura, única a pesar de la multitud de objetos percibidos. Científicamente el universo es un

gigantesco continuum que se extiende desde lo infra-atómico a lo astronómico. Los tántricos

perciben esta unidad desde hace por lo menos treinta y cinco siglos: no está mal para seres que sólo

utilizan sus sentidos, su inteligencia y sobre todo su intuición… Sin embargo, en la vida cotidiana

ese saber no cambia para nada nuestra relación con los objetos; para nuestros sentidos, un grano de

arena sigue siendo un grano de arena, y una galaxia, una cantidad de estrellas.

Cuando se aborda la vida, la frase todo lo que está aquí está en otra parte trastorna nuestros

conceptos usuales al afirmar, ni más ni menos, que la vida está presente en todo el cosmos, mejor

aún (¿o peor?) que el universo mismo es algo vivo. Fantástico… ¡Basta de vivir como si sólo

nuestro planeta tuviera el monopolio de la vida! Por supuesto, muchos astrónomos piensan que

entre los millares de galaxias, cada una con millares de estrellas —hay más soles en el universo

conocido que granos de arena en todas las playas de la Tierra—, deben existir otros sistemas

planetarios, otros mundos habitados. ¿No se han descubierto materias orgánicas en algunos

meteoritos? Interesante, cierto, pero esta posibilidad nos deja más bien fríos, pues no tenemos

ninguna esperanza de contactar con esos seres, seguramente muy extraños, que pueblan planetas a

millares de años luz de la Tierra…

Según los astrónomos norteamericanos del Kit Peak National Observatory, nuestra galaxia podría

tener muchos más planetas habitables de los que se cree. Se han estudiado 123 estrellas de una clase

térmica semejante a la de nuestro Sol, y las variaciones orbitales comprobadas implican la

existencia de planetas. Como hay cientos de miles de millones en nuestra galaxia, aun cuando sólo

una estrella de diez tuviera planetas, sería una cantidad enorme. Sin hablar de los millones de

galaxias observables.

Fuera de esos eventuales, rarísimos y minúsculos islotes poblados, nosotros, occidentales,

concebimos el universo como una enorme máquina helada, muerta.

Para el tantra, al contrario, el universo vive, cada estrella tiene vida, en el sentido total del

término, por tanto está habitada por una forma de conciencia, lo mismo que cada partícula

infinitesimal nuclear. Estrellas, átomos conscientes: es duro de tragar; ¡es de vértigo! Y esta vida

universal, única, se subdivide en innumerables planos de existencia y de conciencia! Para el tantra,

llena hasta la vida interestelar… ¿Impensable? Tal vez… ¡pero la inmensidad del universo es

impensable! Incluso para el astrónomo que hace malabarismos con los cientos de millares de años

luz, estas distancias enormes son inimaginables, ¡y sin embargo son bien reales! En sánscrito, este

gigantesco Ser cósmico es Mahat, el grande. (Mahat es un concepto tántrico adaptado y luego

adoptado por una filosofía india clásica, no tántrica, el samkhya).

Para el tantra, la vida es un proceso continuo en el espacio y el tiempo, sin hiatos ni tabiques

entre todas las formas de vida, desde los virus a Mahat.

De ese modo, como parte del Todo, yo participo en el Todo. Al continuum de la energía cósmica

corresponde el de la vida, siendo los dos, además, indi-sociables.

Para el tantra el universo es Conciencia y Energía asociadas. En la práctica, esto lleva al respeto

total de toda vida, sea animal, vegetal o bacteriana. Cuando alguien perjudica cualquier forma de

vida perjudica su propia vida: la ecología se vuelve cósmica.

Pero esto lleva también a contradicciones, al menos en apariencia. Por un lado, cada brizna de

hierba es tan importante como un ser humano, pero si un cataclismo nuclear aniquilara toda vida

sobre el planeta, o lo hiciera estallar, la explosión apenas arañaría el universo, pero lo contrario

también es cierto y en este sentido cito al astrónomo y físico inglés Eddington: «el electrón que

vibra sacude el universo».

Demos un paso más: «Vida» implica «conciencia». Entre nuestras pocas certezas está la de la

conciencia individual: cogito, ergo sum. En ese célebre »pienso, luego existo», la palabra «pienso»

me incomoda. En efecto, es posible negar a los microbios el pensamiento, es decir, la reflexión

estructurada, y reservarlo al ser humano, mientras que no se les puede negar la percepción de su

propia existencia y de su medio, lo que nos daría otras tantas entidades conscientes. La prueba está

en que es posible condicionar a los organismos unicelulares, por ejemplo a las amebas. Entonces,

partamos del único hecho realmente innegable, la conciencia, aun cuando su origen y su naturaleza

sean para nosotros un misterio, y veamos adonde nos lleva eso…

Supongamos por un instante que en ninguna parte del universo, en ningún nivel, nada ni nadie

sea consciente: ¿dejaría el universo de existir?

Pero, como individuo, tengo la impresión, primero, de que mi conciencia personal está aislada de

los otros psiquismos —humanos y animales—; segundo, de que está localizada en el cerebro, y

tercero, de que es independiente del resto del cuerpo, supuestamente inconsciente. Ahora bien, el

tantra considera que cada célula es un ser viviente, consciente por sí mismo, dotado de un

psiquismo, de emociones, de memoria, es decir, no de una vaga percepción crepuscular, sino de una

conciencia tan lúcida como la cortical. Desprovista de sistema nervioso, de cerebro, la célula (o el

microbio) se fabrica una visión del mundo sin ninguna relación con la que produce el córtex; pero,

con su nivel y sus medios, es cien por ciento consciente de su entorno y también de sí misma y de

sus emociones. De modo que puede ser serena o ansiosa, etc.

Todo mi cuerpo es consciente

El cerebro pierde la exclusividad de la conciencia, que se convierte en una propiedad de todo el

cuerpo. Si la conciencia y/o el espíritu existen en mi cerebro — todo lo que está aquí está en todas

partes—, ellos impregnan también todo el organismo. El cuerpo ya no es la carcasa, el harapo, el

obstáculo a la vida espiritual o —en el mejor de los casos— el «buen servidor»: la espiritualidad

existe en todos los niveles corporales.

Vertiginoso pensamiento saberse hecho de millares de miles de millones de individuos celulares,

todos vivientes y conscientes, todos en comunicación. No existe un tabique impermeable entre mi

conciencia cerebral y la de mis células, sino más bien una sucesión jerarquizada de planos de

conciencia que reaccionan unos sobre los otros. Si, en el nivel cerebral, soy optimista, distendido,

sereno, ese clima impregnará todo mí cuerpo, ¡hasta la última célula del dedo pequeño del pie! Y

viceversa, asegurar unas buenas condiciones de vida a las células las hace felices, optimistas,

serenas: en el nivel cerebral, experimentaré un bienestar, un dinamismo, cuya fuente profunda

ignoro. Si, por el contrario, la acumulación de errores en la vida me ha enfermado, me será

necesario sanar cada célula para poder curarme verdaderamente. Sin embargo, para recuperar la

salud, puedo contar con la Sabiduría superior del cuerpo, inherente a cada célula, como con la

devoción sin fisuras de cada individuo de la república celular, siempre que cree las condiciones

materiales que le permitan manifestarse. El hecho de poder «hablar» con mis células me permitirá,

en taso de enfermedad y por medio de las imágenes mentales adecuadas, aumentar la combatividad

de los comandos celulares, los glóbulos blancos, y así estimular las defensas inmunitarias.

Para el tántrico, el cuerpo es un templo viviente: lea o relea el capítulo «Mi cuerpo, un universo

desconocido». Durante siglos, el drama de Occidente ha sido oponer la carne al espíritu, pero el

tantra no ve frontera alguna entre los dos, ni siquiera una diferencia de naturaleza intrínseca. La

salud, lejos de ser un lujo o el fruto del azar, se convierte en un deber. El primero de nuestros

deberes. Un jefe de Estado que no se ocupe de la felicidad y la salud de su pueblo deja incumplido

su primer deber. Y para «mí», potentado que reina sobre miles de millones de individuos celulares,

el primer deber es asegurar la integridad, la salud y la felicidad de la república celular en general, de

cada célula en particular. Es lógico que el hatha yoga, que nos da los medios para ellos, provenga

del tantra.

¡Todavía un paso más! Todo lo que está aquí está en otra parte, lo que no está aquí no está en

ninguna parte: una fuerza desconocida, incognoscible para mi pequeño yo, suscita y engendra el

universo permanentemente. Para el tantra, la creación no es un acto único que se produjo de golpe

en el comienzo de los tiempos, sino un proceso permanente (igual que para el cabalista). La

creación actúa aquí y ahora. La energía creadora que suscita el universo está realmente presente en

todo el cosmos, por tanto en mi cuerpo, en mi cerebro, en mis células. Las fuerzas cósmicas que

hacen evolucionar la vida según las circunstancias locales cambiantes están presentes aquí mismo y

yo no soy distinto de ellas. A cada instante de mi vida una fuerza misteriosa crea mi propio cuerpo y

es la misma que crea el universo: es también la Kundalini.

Un paréntesis: por fortuna, el tantra no es una religión; por lo tanto, su visión del mundo no se

opone a las diversas religiones: ¡se puede ser monoteísta y tántrico a la vez! (véase el capítulo

consagrado a los dioses hindúes). Sin embargo, mi religión, si la tengo, adquiere otra dimensión

gracias a la visión tántrica. Si Dios existe, está presente aquí, ¿o que no está aquí, no está en

ninguna parte, y si Él no está aquí, no está en ninguna parte. ¿Puede un creyente concebir que haya

en el universo un agujero del que Dios esté ausente? Así, el creyente tántrico no relega a Dios a

parte alguna del cielo, vive «en» Dios, percibe su presencia aquí y ahora. El tántrico no creyente,

por su parte, adquiere una visión extraordinariamente rica del mundo.

Para Pascal, el hombre, caña pensante, es una mota de polvo íntima, suspendida entre dos

abismos angustiosos, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. ¡Es parecido para el

tántrico, salvo que éste se siente vinculado a los dos infinitos, y esto constituye la diferencia!

La visión tántrica hace estallar las fronteras, o mejor dicho las disuelve, pues sólo existen en la

mente. Desde el estricto punto de vista material, salvo para mis sentidos, no hay frontera abrupta

entre los objetos que me rodean. Para el físico, la materia es sobre todo vacío, en el que, de cuando

en cuando, se arremolinan nubes de electrones en torno de un núcleo atómico. ¡Un vacío que, si se

comprimiera la Tierra hasta que se tocaran todos los átomos, cabría, al parecer, en un dedal!

Inconcebible, pero sin embargo real: a cada segundo soy bombardeado por panículas de alta energía

venidas de las profundidades abisales del cosmos, que me atraviesan de lado a lado, sin tocar el

menor núcleo atómico. ¡Soy peor que un colador! Si un hipotético astronauta cabalgara en una de

esas partículas, no observaría ninguna frontera entre yo y mi silla; sólo atravesaría dos nubes de

energía, dos campos de fuerza en contacto uno con el otro.

Pretender que la conciencia es una dimensión del cosmos, presente en todas partes, ¿significa que

el radiador, por ejemplo, es consciente en tanto radiador? ¿Piensa que se aburre, en la habitación

solo? ¿Está o no contento? ¡Sería como mínimo sorprendente! ¿En qué se convierte entonces la

visión tántrica? Veamos. Cuando la física dice que el universo es energía, eso ya es la mitad del

concepto del tantra, para quien cosmos es lo mismo que conciencia y energía asociadas. Desde esta

óptica, toda unidad organizada comporta un nivel de conciencia, incluidos el átomo o el electrón.

Algunos científicos, como Jean Charron, flirtean con esta noción sin aceptarla del todo. Para el

tantra, cada átomo del radiador va aparejado a un campo de conciencia, pero el radiador-objeto,

simple agregado molecular sin unidad orgánica, no tiene conciencia unitaria integradora del todo.

La física moderna frisa con esta unidad conciencia-energía, aun cuando sus leyes, como la de

Boyle-Mariotte, que predice con precisión el comportamiento de un gas, hace pensar que la materia

es una mecánica ciega. En realidad estas leyes no tienen más que una precisión estadística, y sólo

son válidas en presencia de un gran número de átomos: un modesto centímetro cúbico de aire, por

ejemplo, tiene miles de millones. Por el contrario, el comportamiento de una partícula subatómica

aislada es indeterminado, «como si» estuviera guiada por una inteligencia. Suprimimos el «como

si» y llegamos al concepto cosmos-conciencia-energía, simbolizado por la pareja Shiva-Shakti…

Cuando escribo que la conciencia es una dimensión del universo, ¿qué quiero decir? Una

dimensión, en este contexto, debe comprenderse como un componente del universo cuya

desaparición acarrearía, al mismo tiempo, la del cosmos. ¡Precisemos! Al medir una viga, puedo

«olvidar» la altura y decir que la parte superior es un plano de, pongamos, 170 x 4 cm. Esta

abstracción es posible sólo en mi intelecto. En la realidad es imposible: eliminar una dimensión

suprimiría inmediatamente las otras dos. ¡Si para suprimir la altura quisiera reducirla a un espesor

cero, con el último golpe de garlopa borraría, al mismo tiempo que la altura, el largo y el ancho! ¡La

viga también habría desaparecido! A las cuatro dimensiones del espacio-tiempo, el tantra añade una

quinta, la conciencia, cuya supresión total haría desaparecer el universo. En este contexto, en lugar

de la palabra «dimensión» hubiera podido utilizar el término «componente», sin cambiar nada en el

pensamiento tántrico profundo. Pero «componente» evoca una pieza si no separada, al menos

separable, mientras que «dimensión» es algo abstracto y concreto al mismo tiempo.

Observemos que esto no es un dogma ni un presupuesto para la práctica del tantra. Por el

contrario, esta visión sobreviene como subproducto de esta misma práctica cuando ella me hace

descubrir que «yo» soy conciencia y energía estructuradas, organizadas.

No es un dogma

El tantra no aporta ningún dogma —felizmente—, pero eso no implica que un adepto tántrico

deba rechazar los suyos, si los tiene. Si su religión se los propone, perfecto, pero el tantra en sí no se

los proporcionará. El tantra, que entre otras cosas es una búsqueda de lo Real, no está, pues, en

conflicto ni con la ciencia, ni con la religión: nada nos obliga a aceptar la idea de una conciencia

que impregna todo el universo material. Observe el lector, sin embargo, que para el tantra la

conciencia no es un principio metafísico, sobrenatural, sino una propiedad fundamental del

universo material, en el sentido más amplio del término.

El tántrico no se concibe separado del resto de los vivientes, perdido en un minúsculo planeta,

ínfima nota de polvo cósmico impulsada en el infinito del espacio helado interestelar. Se sabe parte

integrante de la vida desde sus orígenes, bajo todas sus formas, y sabe que esta vida es un proceso

continuo y consciente que engloba todo el universo. Preciso también que esto no es el equivalente

de la noción de «Dios», mucho más amplia.

La idea de que la vida es cierta forma de conciencia existente en el nivel subatómico emerge

esporádicamente en Occidente, incluso entre los científicos puros: ha sido expresada en la muy seria

revista científica inglesa Nature. En abril de 1964 el profesor D. F. Lawden sugería en esta

publicación que, para un observador exterior, las características eléctricas y gravitacionales de una

partícula son el reflejo de sus cualidades mentales. Lawden demuestra que la vida y la muerte son

relativas: ¿cómo saber si un virus o un cadáver están muertos o vivos? Considera, pero sin aceptar

la idea de una fuerza vital trascendente, que el científico «materialista» debe sin embargo admitir la

continuidad de la vida y de la conciencia, en cierta forma, hasta el nivel de las partículas

elementales. En esa época la idea escandalizó a los medios científicos, pero sin embargo no ha sido

refutada…

En cuanto a Prigogine, premio Nobel, dice: «Este es el corazón mismo de mi mensaje… La

materia no es inerte. Es viviente y activa. La vida cambia perpetuamente para adaptarse a las

condiciones de no equilibrio. Con la desaparición de la idea de un universo destinado al

determinismo, podemos sentirnos amos de nuestro destino tanto para lo mejor como para lo peor».

Esto implica, para Prigogine, primero, que la materia no se limita a nuestro minúsculo planeta y

que es el universo total lo que es «viviente y activo», y segundo, que la vida, en perpetua evolución,

es inconcebible sin conciencia. Todo esto coincide con el tantra…

Cito también al físico suizo Wolfgang Pauli, quien tampoco tiene nada de dulce soñador.

Descubrió particularmente que los electrones gravitan en torno del núcleo atómico, se colocan cada

uno a cierto nivel de energía y ninguno puede dejar de instalarse en él; de ahí el «principio de

exclusión» de Pauli, que en 1945 le valió el premio Nobel. Aplicado a los cristales, su principio

explica el funcionamiento de los transistores. Hasta aquí nada de especial, al menos en lo que se

refiere a nuestro tema. Para Pauli, el misterio surge con la pregunta: ¿cómo sabe el electrón que ese

nivel está ocupado? ¡En efecto, los electrones no son bolas de billar que chocan entre sí o caen en

un agujero! ¡Su nivel de energía no tiene un pestillo para bloquear la puerta y hacer aparecer el

rótulo «ocupado», como en el lavabo! Ningún modelo mecánico, ningún esquema mecanicista lo

explica y todo sucede como si los electrones estuvieran informados de ello —tomen nota— sin

pasar por el tiempo y el espacio. Para Pauli, que colaboró con otro suizo, C. G. Jung, los fenómenos

de la magia, la alquimia y la parapsicología no son menos extraños que el comportamiento de las

partículas elementales de la «materia», por tanto de la energía.

Confirmo que la visión tántrica no invoca la intervención de ningún principio trascendente. La

vida, la conciencia y la mente son, según el tantra, diversos aspectos de la energía cósmica, más o

menos sutiles, pero tan concretos y materiales como la gravitación o el electromagnetismo.

En Der Kreuzelschreiher, el autor vienes Ludwig Anzengruber, ya citado, escribía hacia finales

del siglo XIX en alemán popular: «Es kann dir nichts geschehen. Du gehörst zu dem allem und dös

alies gehörst zu dir! Es kann dir nichts geschehen!», que se traduce: Nada puede sucederte. Tú

perteneces al todo y todo te pertenece. Nada puede sucederte.

Esta certeza, que proporciona una serenidad total, se adquiere por medio de la meditación. El

adepto percibe también que él mismo encierra potencialidades infinitas, de las de las fuerzas

cósmicas creadoras que actúan en todo el universo.

En el fondo, el pensamiento tántrico es muy natural, hasta evidente. Son nuestros prejuicios,

nuestros clichés, nuestros sentidos (¡el velo de Maya, la ilusión!) los que lo ocultan. Un poeta

visionario occidental inesperado, pues sólo se le conoce como cineasta, tántrico sin saberlo, es Abel

Gance.

En 1955 escribió esta carta a su hermana:

«En el preciso instante en que los hombres tomaron las huellas digitales del átomo, las estrellas se

fundieron en lágrimas.

»El Hombre acababa de descubrir sus secretos. No hay arriba. No hay abajo. No hay nada grande.

No hay nada pequeño. Los ojos se han engañado desde que se entreabrieron subiendo desde las

profundidades marinas. Las orejas se engañaron. Hay que recomenzar todo de manera diferente. Me

lo enseñan las lágrimas de las estrellas. ¿Cómo lo sé? Es una historia muy inesperada que trataré de

narrar un día si las palabras claves de las traducciones de lo invisible quieren obedecerme.

»A mi querida Nelly, la única que puede comprenderme».

Este texto es cósmico y tántrico. ¿Lágrimas de estrellas? Ridículo para el basto sentido común

cotidiano que se alza de hombros; en el mejor de los casos una fantasía literaria. Pero si el universo

está habitado por la conciencia hasta el corazón mismo de las estrellas, esto se convierte en una

realidad. Abel Gance tenía sin duda razón al escribir que sólo su hermana Nelly podía

comprenderle, si consideraba al occidental corriente. Pero el tantra nos da la clave secreta que

permite descifrar su texto, más denso y profundo que muchos pomposos tratados filosóficos. Lo he

releído y he meditado sobre él con frecuencia. Emocionado, pues cada palabra pesa. Sobre todo

cuando escribe que es necesario que recomencemos de manera diferente.

Estas ideas, tolerables en un artista o un poeta, parecen situarse en las antípodas de la visión

realista y objetiva del científico. Provisionalmente. Pues hay corrientes de pensamiento que surgen

del seno mismo del bastión de la ciencia que anuncian un cambio.

Por ejemplo, el astrofísico, matemático y biólogo inglés Fred Hoyle ha escrito un libro

sólidamente fundamentado, cuyo título The lntelligent Universe, asombra a la visión occidental

corriente, que considera al universo como materia, y por tanto cree que no puede ser inteligente ni

consciente…

Afirmar que la conciencia podría existir en el nivel interestelar choca frontalmente con mi buen

sentido común, lo mismo que con el espíritu racionalista obtuso…

Occidente considera que para que haya conciencia es necesario un sistema nervioso y un cerebro,

es decir, un sistema cerrado. Muy bien. Pero mi cerebro, ¿qué es? Respuesta evidente: un conjunto

de miles de millones de células nerviosas, ellas mismas hechas de moléculas materiales, compuestas

de miles de millones de átomos. Intentaré representarme la materialidad de mi cerebro en el nivel

atómico y ver lo que eso da. Entre paréntesis, opto por la visión de Niels Bohr, donde lo

infinitamente pequeño reproduce lo infinitamente grande, donde cada átomo es un sistema solar en

miniatura y los electrones gravitan en torno al núcleo como otros tantos planetas. Sé que la física

moderna hace mucho tiempo que ha abandonado ese modelo de átomo, pero como el que nos da

hoy no es »visualizable», para mi razonamiento la imagen del átomo como un minúsculo sistema

solar que nos propone Niels Bohr es útil.

Sí, con la imaginación, aumento mi cerebro hasta las dimensiones de nuestra galaxia, habría tanta

distancia, o sea tanto vacío, entre los diversos átomos como entre los cientos de miles de millones

de estrellas de nuestra Vía Láctea. Imaginemos un hipotético viajero cósmico liliputiense que

atravesara este cuerpo-firmamento a caballo de un neutrino: no creería que esta galaxia pudiera

pensar con todos sus átomos-estrellas… Sin embargo es lo que sucede, aquí y ahora, en mi cabeza:

pienso con la ayuda de mis innumerables miles de millones de constelaciones moleculares. Y esta

galaxia atómica no es estática, pues las constelaciones subatómicas cambian y se intercambian todo

el tiempo… Entonces, puesto que yo soy capaz de pensar con mis galaxias cósmicas, ¿por qué

Mahat, el grande, no puede pensar con ayuda de las estrellas? Una cosa no es menos absurda que la

otra…

¿Es consciente el árbol?

Para el tántrico el árbol es mucho más que un producto de madera, es un ser viviente. No se

siente separado del árbol ni del bosque. El occidental «normal» admite que el árbol vive —lo que es

difícilmente discutible—, pero no ve en el pino un ser consciente, al contrario de algunas tribus

africanas en las i que los hombres se dirigen al espíritu del árbol antes de derribarlo. Danzan

alrededor del árbol diciéndole que tienen absoluta necesidad de él para hacer una piragua y le

prometen hacer buen uso de su tronco. Es seguro que, con una sonrisa condescendiente, algunos

dirán que se trata de una práctica animista como mucho digna de «salvajes» incultos. Por supuesto

que nadie pretende ni supone que el árbol razona; pero, sin embargo, para el tantra está habitado por

una forma de conciencia, aunque ésta no sea concebible para nuestro intelecto. Los vegetales

parecen tener una rica vida emotiva, como lo prueban diversas experiencias; los miembros de la

comunidad de Find-horn hablan directamente con las plantas, les dan amor ¡y éstas crecen

infinitamente mejor! Esto no sucede ni en la India ni en un pasado lejano y legendario, sino en la

Escocia actual.

No se trata de un acto de fe previo a la práctica del tantra que (véase más arriba) ignora los

dogmas. Sin embargo, si evoco estas cosas es para mostrar hasta dónde nos lleva la pequeña frase

anodina del principio…

«.Todo lo que está aquí está en todas partes, lo que no está aquí no está en ninguna parte»: esta

frase tiene implicaciones bien directas. En efecto, todos los secretos de la vida y de la muerte, de la

creación y la disolución de los universos, están presentes, aquí mismo, en mi cuerpo. (Observe el

lector que no escribo: «limitados a mi cuerpo…») Entonces, ¿para qué recorrer el amplio mundo,

viajar al Himalaya o a otra parte para alcanzar y descubrir la verdad, lo real, si puedo encontrarlo

aquí mismo? No hay ninguna necesidad de microscopio ni de telescopio para descubrir la esencia

oculta del mundo. En alguna parte, en las profundidades de mis células, «yo» manipulo energías y

partículas subatómicas, como lo han hecho nuestros antepasados, millones de años antes de que el

hombre moderno tomara las huellas digitales de las estrellas, para retomar las palabras de Abel

Gance.

Giordano Bruno

Esto sucede en Roma, el 17 de febrero de 1600, en el Campo dei Fiori, la Plaza de las Flores…

Una humareda-indolente, gris como el cielo antes de la primavera, sube desde las brasas que

acaban de consumir a Giordano Bruno, monje dominico que había abandonado la orden, asombroso

visionario. Tántrico sin saberlo, le hubiera bastado confesar sus «errores» para escapar a la hoguera:

prefirió ser quemado vivo antes que retractarse. En su prisión romanaba la que había sido llevado

siete años antes, con grilletes en los pies, por exigencia del papa Clemente VIII, estrellas y átomos

giraban en su cabeza. Aunque no descubrió ni inventó nada, su genial intuición se adelantó cinco

siglos a su tiempo, lo cual era el más imperdonable de los errores…

Los textos que transcribo a continuación resumen su concepción y son puro tantra:

«Todo el mundo vive… La mesa, en tanto mesa, no está animada, ni el vestido, pero en tanto

cosas naturales y compuestas, comportan la materia y la forma. Una cosa, por pequeña, mínima que

sea, incluye la sustancia espiritual […] pues el espíritu está en todas las cosas y no hay corpúsculo,

por ínfimo que sea, que no contenga su parte y que no esté animado por ese espíritu.

»Es manifiesto que cada espíritu tiene una determinada continuidad con el espíritu del universo…

»E1 nacimiento es la expansión del centro, la vida es la plenitud, la muerte es la contracción

hacia el centro.

»Todo lo que existe es Uno. Conocer esta unidad es el objetivo y el fin de toda filosofía y de la

contemplación de la naturaleza. Quien haya encontrado al Uno, quiero decir la razón de esta unidad,

ha encontrado la clave sin la cual no se puede entrar en la verdadera contemplación de la

naturaleza.»

•Giordano Bruno proclamaba el valor permanente de las leyes naturales, entregando el universo a

una investigación científica despojada de todo dogma, pero también proclamaba la insuficiencia

de los sentidos para captar lo real.

•Concebía las estrellas como otros tantos soles que podían ser el centro de sistemas planetarios

semejantes al nuestro y habitados. Para él, la Tierra no es el centro del universo y se mueve, ideas

opuestas a la cosmogonía de Aristóteles, vigente en su época.

•Veía en el átomo una réplica del sistema solar, como Niels Bohr 350 años más tarde…

•Creía en la pluralidad de los mundos.

Pero, sobre todo, proclamaba la existencia de un psiquismo difuso hasta en los elementos más

humildes, coincidiendo así con ese otro visionario, Teilhard de Chardin, que escribió: «De la

bioesfera a la especie, todo no es otra cosa que una inmensa ramificación de psíquismos buscándose

a través de las formas».

Una meditación tántrica: contemplemos a nuestra madre, la mar

Meditación, sí, pero ¿por qué tántrica? Es sencillo. Si bien la actividad de meditar es bastante

semejante en apariencia, los fines y los temas de la meditación en general y de la tántrica expresan

visiones del mundo a veces opuestas.

Veamos los puntos comunes. Primero, la elección de una postura inmóvil, estable y cómoda, que

permita aislarse del mundo exterior, es decir, interiorizarse. Segundo, la contemplación, a la inversa

del proceso discursivo, racional, es un proceso destinado a trascender el intelecto y la conciencia en

vela, para acceder a los resortes secretos del ser y, eventualmente, del universo. Por eso contemplar

es preferible a meditar, cuya connotación es netamente reflexiva.

Pero todo diverge en el nivel de los objetivos, es decir, los temas. En la India, variarán según que

el adepto esté en la «órbita» —como se dice hoy— del vedanta, el budismo o el tantra, que son las

tres principales corrientes.

Para el vedanta, el universo concreto, manifiesto, es irreal, ilusorio (Maya). La única realidad es

Brahma, la Causa absoluta, no causada. En la meditación según el vedanta, el adepto es incitado a

despegar su conciencia del cuerpo y del mundo manifiesto para advertir su carácter ilusorio, y

luego, indiferente a los nombres (nama) y. a las formas (rupa) se perderá en el Absoluto como la

espuma en el océano. El cuerpo es un obstáculo. Debe ser olvidado, casi negado. Puesto que forma

parte del mundo de los fenómenos, también él es irreal. Los temas de meditación corresponden

evidentemente a esta visión del mundo. Esto explica el desdén ostentoso de los adeptos al vedanta

por su cuerpo, y su salud con frecuencia deteriorada. También con frecuencia mueren jóvenes, como

Ramana Maharshi (cáncer), y Ramakríshna (cáncer) y Vivekananda (diabetes). No hay que con-

fundirlos con los yoguis, especialmente los tántricos, para quienes el cuerpo es sagrado, divino.

En el budismo —que casi ha desaparecido en la India, su tierra natal, por haberse atrevido a

rechazar el panteón y oponerse a la casta de los brahmanes— la contemplación constituye casi lo

esencial del culto. El meditador quiere obtener el estado de vacuidad (nirvana) que paradójicamente

es una plenitud que lo libera a la vez de su karma y de la ronda infernal de las reencarnaciones.

Para el tantra, al contrario del vedanta, el universo con sus miles de millones de galaxias es bien

real. Emerge permanentemente de la unión de los dos principios cósmicos últimos y polares,

simbolizados por Shiva y Shakti. «Todo lo que está aquí está en todas partes, lo que no está aquí

no está en ninguna parte.»

Lejos de negar el universo concreto, o huir de él, el tántrico se integra en él para percibir su

realidad profunda, ya sea espiritualizando la sexualidad, concebida como pulsión creadora ultima,

ya sea por otras vías, como la contemplación de la Madre cósmica o del mar de los orígenes

descrito a continuación. Con y en su cuerpo-universo el tántrico se unirá concretamente a esos

principios cósmicos para sentir la divinidad de la carne consciente e inteligente.

Una contemplación neutra

La contemplación propuesta es neutra porque es universal: el creyente, cualquiera que sea su

religión, puede practicarla, lo mismo que el ateo.

La āsana de meditación usual es una posición sentada, pero esta vez se requiere la actitud fetal: el

dibujo que vemos al pie no necesita comentarios, excepto para precisar que la columna vertebral en

media luna repite aquí la forma que tenía en el útero materno. Es esencial, pues en alguna parte la

memoria corporal asocia esta forma de la columna con el estado fetal y con su riqueza, que se trata

de recuperar.

El tema: un paisaje nocturno. Imagino una playa desierta hace algunos miles de años. Ante mí se

extiende la inmensidad del océano de los orígenes. Además de «esa sombría claridad que cae de las

estrellas», añado al firmamente una delgada luna en cuarto creciente. Todo se refleja en el agua.

Contemplo este espectáculo eterno y dejo lentamente que el cuarto creciente se convierta en luna

llena, lo que me extrae del tiempo lineal y me inserta en el tiempo cíclico.

El aire es suave, la noche tan tibia como el agua. El océano respira: una ola suave se deshace

sobre la playa, se estira, deja su espuma un instante y luego refluye hacia el mar. La siguiente

vuelve a subir a la arena, deja su espuma y refluye, y así sucesivamente. El lector lo ha adivinado: la

respiración acompaña cada ola. La ola sube y yo inspiro, la ola deja la espuma y yo retengo el

aliento, la ola refluye y yo vacío mis pulmones, espero uno o dos segundos y luego reinspiro con la

ola siguiente… El OM imaginado acompaña la inspiración y la espiración. Así, acunado por las olas,

me integro a la vida marina hasta percibir que el océano es un gigantesco organismo viviente, cuna

de toda vida y símbolo de lo Indiferenciado. ¿Tiempo que dura esta contemplación? El que quiera

mientras me sienta bien…

Luego, en el horizonte, poco a poco el cielo palidece, después enrojece. Por último, con la

majestuosa lentitud que tiene en la realidad, el Sol emerge y se eleva, glorioso, en el cielo sereno,

limpio de nubes.

Contemplo su disco anaranjado encima del horizonte, y se vuelve esférico. Su dulce calor penetra

el aire, el agua, la arena, envuelve mi cuerpo. ¡Qué felicidad este sol matutino! Sin embargo no

olvido las olas, que marcan siempre el ritmo de mi respiración y el OM. Me impregno a la vez de

vitalidad y de serenidad. Cuando mi mente se aparte por sí misma del sol y del mar, detendrá mi

contemplación interior, abriré los ojos y volveré a vestirme, sin prisas, por supuesto.

Si esta contemplación se hace al atardecer, el guión es al revés: el Sol se hunde en el océano, el

cielo crepuscular se oscurece, la noche calmada y serena apacigua mi mente La Luna llena decrece,

se vuelve cuarto menguante y luego desaparece. En el firmamento las estrellas y los planetas brillan

con toda su luz y animan el agua con sus reflejos. En el océano maternal y protector la vida se

duerme. ¡Esta contemplación es insuperable para preparar un sueño feliz!

Sin embargo esta inversión no es obligatoria. Si este «descenso en la noche» no resulta

conveniente, incluso por la tarde no hay ninguna objeción en que se conserve el primer guión. Por

último, esta contemplación puede hacerse perfectamente en la cama antes de dormirse. En ese caso,

la haré de costado sobre un flanco (el izquierdo preferentemente) bajo las mantas: se está todavía

más cerca de la posición fetal que en el āsana del dibujo. Sería, pues, siempre preferible si no fuera

muy incómoda fuera de la cama.

Observe el lector que además es muy probable que me quede dormido antes del fin de la

contemplación, lo cual, dicho sea de paso, no representa ningún inconveniente.

Aunque la contemplación no tenga ninguna relación con la especulación cerebral, es interesante

evocar su riqueza simbólica.

Una gran riqueza evocadora

Como el elemento central es la inmensidad oceánica, en alguna parte, algo en mí, distinto de mi

inteligencia, sabe que la vida ha nacido en el océano, que la mar es mi madre, ¡la Madre de todos!

Si trazara la genealogía de las madres, remontaría toda la evolución humana y prehumana hasta

llegar a fin de cuentas a los primeros organismos unicelulares en el océano original… Entre las

escasas certezas indiscutibles existe el hecho de que, sin ninguna interrupción, la vida que palpita

aquí y ahora en mis células es transmitida sin hiato desde su primera manifestación terrestre. Llevo

en mí esta vida eterna y ella me lleva. En el límite, ¿no soy yo mismo esta vida universal y eterna?

Además, mamífero terrestre, tengo la ilusión de que el aire es mi elemento vital porque inmerso

en el agua, privado de aire, me ahogaría. Cuando el comandante Cousteau dice que «somos agua de

mar organizada», es literalmente verdad: mi medio vital, donde viven mis centenas de miles de

millones de células —ellas mismas formadas por un 95% de agua—, es el agua de mar con la

concentración salina de los mares tropicales donde nació la vida. Soy un acuario ambulante y ¡mis

células lo saben! (señalemos nuevamente que el tántrico medita o contempla tanto con todo su

cuerpo como con su cerebro).

Y lo que es más, he vivido mis nueve primeros meses sumergido en el líquido amniótico, en la

cálida noche uterina. En el útero, mamá respiraba por mí y el ritmo de su respiración reemplazaba el

de las olas del mar que contemplo. La armonía con la Madre se establece, en la contemplación

propuesta, uniendo en una misma imagen tres elementos esenciales: el agua tibia del océano, la

respiración que acompaña las olas y la posición fetal. Incluso si mi yo consciente lo ignora, mi

inconsciente no se engaña y, poco a poco, el ambiente de esa época crucial de mi vida se recrea, allí,

en el útero materno donde yo existía sin ego, sin nombre, sin nacionalidad, sin posesiones, pero rico

con todas mis virtualidades y plenamente consciente. Ciudadano del mundo, sin pertenecer todavía

al siglo XX, no tenía edad, y mi madre era todavía la Madre…

A la luz de la Luna

Por lo que conozco, pocas personas y especialmente pocos científicos se han hecho la pregunta:

«¿Qué hubiera pasado con la Tierra y la vida terrestre sin la Luna?», y esto sin duda porque tienen

mejores cosas que hacer que responder a una pregunta tan fútil como inútil. Y también porque, para

nosotros, la Luna «es evidente». Ahora bien, es un puro capricho astronómico que tengamos un

satélite semejante. Hubiéramos podido también tener varios… o no tener ninguno, lo que hubiera

sido una pena para nuestras canciones románticas a la luz de la Luna y para el amigo Pierrot.2

Pero, hagamos de todos modos esta pregunta y recordemos en primer lugar que, para el tantra, el

elemento «agua», que engloba todos los líquidos, capta también todos los ritmos cósmicos. Así,

desde hace miles de millones de años, la Luna rige y marca el ritmo, los flujos y reflujos, de las

enormes masas de agua del océano, esculpiendo poco a poco las orillas marinas, pero sobre todo

acunando la vida, lo cual no ha dejado de influir sobre todos nuestros ritmos vitales. Seguramente

que el Sol también actúa, pero se pasea a 8 minutos de luz, mientras que la Luna sólo está a un

segundo de luz, es decir, 480 veces menos lejos. Así, a pesar de la enormidad de la masa solar, su

acción gravitacional llega apenas a la tercera parte de la de la minúscula Luna.

Pues bien, la materia viva, impregnada de agua, es muy sensible a los ritmos cósmicos: ¡hay

diminutas mareas en mi sangre e incluso en mis células! Por ejemplo, las ostras abren sus valvas en

momentos bien precisos, en correspondencia con la acción de la Luna, por tanto de las mareas. En

los Estados Unidos, el horario de «apertura» de las ostras de la costa Atlántica difiere del de sus

hermanas del Pacífico. A título experimental, biólogos norteamericanos colocaron ostras de la costa

este en una cuba llena de agua de mar, a medio camino entre los dos océanos. Para eliminar la

influencia de la luz, la cuba estaba en una cueva y en la oscuridad más absoluta. Imperturbables,

todos los moluscos adaptaron su horario en función de la marea si la costa hubiera estado en ese si-

2 Referencia a la canción popular francesa que empieza: »Au clair de la lurte, mon ami Pierrot…* (N. de la T.)

tio: prueba de que la materia viviente percibe la acción de la Luna, que actúa sobre nuestros ritmos

vitales. En alguna parte, en las profundidades secretas de nuestros tejidos, «algo» percibe esta

acción y, al correr de los milenios, estos ritmos lunares han modelado seguramente nuestros ritmos

biológicos…

Por ejemplo, se conoce la influencia de las fases de la Luna en los oxiuros y en el sueño. La Luna

rige también la vida vegetal, por su acción sobre la subida de la savia y por su luz, que es

polarizada, y por tanto, organizada. Los campesinos de antaño, que lo sabían bien, tenían en cuenta

las fases de la Luna para sembrar, cosechar, etc. Incluso en nuestros días, los arboricultores saben

que hay que injertar los árboles en cuarto creciente porque entonces la luz es cicatrizante y

estimulante.

El Sol se cita con la Luna

Pero la Vida obtiene su energía del Sol. En nuestro planeta, la unión del océano y el Sol hizo que

se manifestara la vida, pero sin engendrarla. Pues, según el tantra, Vida y Conciencia —entidades

indisociables— son propiedades universales, dimensiones del cosmos, es decir, preexistentes… Con

la Vida sucede lo mismo que con la electricidad: no fue creada con la primera pila del conde Volta;

esta última sólo la manifestó. La Vida se manifestó gracias al Sol, y de su luz y su energía extrae su

fuerza vital. Para vivir debemos «degradar» la energía solar. También esto «algo» en mí lo sabe…

Así, reunir el océano, el Sol y la Luna en una sola imagen concentra un simbolismo muy potente

al que se añade el de la posición fetal, de la que «algo» en mí se acuerda muy bien. Más allá del

intelecto, en las profundidades abisales del inconsciente, esta contemplación puede verdaderamente

reunimos con nuestra Madre cósmica.

Los ingredientes de esta contemplación son fascinantes, hasta el punto de que, en verano, contra

toda lógica, millones de personas en vacaciones, -aglutinadas a la orilla del mar, se asan

estoicamente sobre la arena ardiente de las playas. Y esto parece tan natural que no se advierte hasta

qué grado es absurdo. En efecto, racionalmente, ¿qué puede haber menos interesante que la arena,

una masa de agua y el Sol? En buena lógica, la diversidad del campo —o de la montaña— es en

cambio interesante y atractivo. Para que la trilogía mar-arena-sol fascine hasta tal punto, ¿no se

tratará más bien de una peregrinación hasta las fuentes mismas de la vida? Y uno no se cansa de

mirar, al atardecer, el Sol hundiéndose en el mar, ni, al caer la noche, sentados sobre la arena, de

contemplar en silencio la Luna que se eleva y hace brillar las crestas de las olas.

Me detengo aquí, aunque habría tanto que decir acerca de esta contemplación… Pero, cuando el

lector la haga —lo cual espero— olvide todo este camelo, cuyo único fin era «vendérsela»…

Meditación sobre la vida

Ésta es una segunda meditación, más corta, que retoma parte de la anterior pero que sin embargo

constituye un todo completo.

La vida y la conciencia —inseparables— están presentes, con pleno derecho, incluso en los seres

más primitivos que pueblan nuestro planeta. En este contexto, una meditación entre las más simples

y más fecundas del tantra tiene como tema la Vida misma. La propongo ahora al lector.

Sentado en mi posición de meditación ordinaria —una āsana yóguica— o en una silla, siempre

que mi columna esté bien vertical y equilibrada (¡no rectilínea), relajo primero la mayor cantidad

posible de músculos, sin olvidar los del rostro. Detrás de mis párpados, cerrados o ligeramente

entreabiertos, fijo los ojos hacia la punta de la nariz, sin bizquear demasiado porque eso crearía

tensiones. Luego observo mi respiración durante algunos instantes, y percibo entonces la corriente

de aire fresco que me entra por los orificios de la nariz, el aire caliente que sale. Luego me pongo a

escuchar el cuerpo; dicho de otra manera, mi pensamiento interiorizado capta todas las sensaciones

corporales que puede. Comienzo por la planta de los pies, subo por las piernas, el tronco, la nuca, la

cabeza, luego mi pensamiento parte de las palmas, recorre los brazos, atraviesa los hombros, llega

por segunda vez a la nuca y al interior de la cabeza.

Estos preliminares tienen como objetivo calmar mi mente, y ya mis pensamientos se apaciguan.

Siempre consciente de la respiración que va y viene, me maravillo de encontrarme con vida, aquí y

ahora, en un cuerpo humano. Que formidable es simplemente estar con vida. Luego, tomo

conciencia de que esta vida me ha llegado a través de mi madre, que la recibió de la suya, mi

abuela, y así sucesivamente. Trato de recuperar el recuerdo feliz más antiguo de mi madre y, si hay

conflicto —es más frecuente de lo que se cree—, sin tardar paso a la generación precedente. Trato

también de volver a ver a mi abuela, si la conocía, para que todo sea bien concreto. Luego, tomo

conciencia del linaje ininterrumpido y anónimo de las madres y, con amor, les agradezco haber

transmitido así la llama de la vida hasta mí. No un agradecimiento de boquilla, sino una ola de

amor: la meditación no excluye el sentimiento, muy al contrario, éste es el motor mismo de la

meditación.

¿Adonde seré llevado al remontar el linaje de las madres? ¿A la primera mujer? Mucho más allá,

pues ella misma se inscribe en la corriente de toda la evolución de la vida terrestre.

Si pudiera recorrer así mi genealogía desconocida e incognoscible pero real, llegaría al origen de

la vida sobre nuestra Tierra. Y esta vida de los orígenes se ha transmitido, a través de todas las

formas de la evolución, desde los organismos unicelulares primitivos de los océanos originales,

hasta mí, sin una milésima de segundo de interrupción. En otros términos, la vida que palpita en mí

es tan antigua y tan nueva como en el primer día de la creación. Yo soy esta vida que ha atravesado

los miles de millones de años. Cuando llego a advertir verdaderamente este hecho irrecusable, mi

pequeño yo se borra y me convierto en la Vida. Inserto en ese proceso extraordinario y misterioso,

me siento unido a todo el pasado de la vida del mismo modo que a todas las formas actuales del pla-

neta. Remontando la corriente de la evolución, en un momento dado pasaré por el estado de pez, de

larva, me convertiré en el infusorio de los orígenes, que encerraba en sí todo el dinamismo de donde

emergieron todas las formas subsiguientes.

Por otra parte, ¿no revivo de manera abreviada, en el vientre de mi madre, como embrión y luego

feto, toda esta evolución? Toda la potencia, toda la inteligencia de la vida están presentes en mí,

aquí y ahora. Todas las experiencias de la vida están incluidas en mis genes, en mi vida. Mi vida

individual se vuelve extraordinaria y, al mismo tiempo, desdeñable. Qué cantidad increíble de

azares fue necesaria para que yo esté presente aquí y ahora. Si el azar hubiera hecho que mi madre

encontrara otro hombre en vez de mi padre, o si, entre los quinientos millones de espermatozoides

del esperma paterno, otro hubiera sido absorbido por el óvulo materno, hubiera existido tal vez otro

niño del mismo sexo, nacido en la misma fecha, quizá con el mismo nombre, pero no hubiera sido

«yo». Hubiera podido ser muy diferente a mí, como los falsos gemelos, que pueden ser muy

distintos aunque provienen de la misma eyaculación. En lo que me concierne personalmente, debo

la vida… a la guerra del 14-18, por lo tanto, al kaiser Guillermo II. Si éste no hubiera desencadenado

la guerra, mi madre no hubiera abandonado sus Ardenas natales para ir a Bruselas, y no hubiera

conocido a mi padre, desmovilizado después del armisticio. ¡Por tanto, nada de «yo»! Esto lo digo

para que se pueda ver la cantidad de hechos fortuitos que fueron necesarios para que tanto usted

como yo viniéramos al mundo. Y este «azar», esta posibilidad, se repite con mi abuela y mi abuelo,

que hubieran podido no conocerse, etc., etc.

Por supuesto no se trata de hacerse a sí mismo grandes discursos filosóficos, sino de tomar

conciencia de esa cosa maravillosa que es la Vida, y de sentirse llevado por ella, sentirse parte

indisociable de toda vida sobre el planeta. El árbol es mi hermano, pero también lo es el mosquito…

Desde esta perspectiva nuestras preocupaciones, grandes o pequeñas, se desdibujan. Conectado a

esta fuerza invisible, nada puede sucederme, y el dinamismo y la inteligencia increíble de la vida

están ahí, presentes en mí.

¿Durante cuánto tiempo hay que sumergirse así en la Vida? No se fija ningún límite inferior ni

superior. Un minuto, cinco, treinta, el tiempo durante el cual uno se sienta bien.

Esta meditación nos conecta realmente con fuerzas extraordinarias, sin contradecir a ninguna

religión, e incluso el ateo puede no ver en ella objeción alguna. Puede hacerse también en la cama

por la noche, y gracias a ella, dormirse en el seno de la Madre cósmica de los orígenes: ¡es el mejor

de los somníferos! ¡Sueño profundo y sereno garantizado!

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